Era imposible.
Antes de entrar en el ascensor, la escuela
estaba llena.
Ahora todo era silencio.
Solo se oía la lluvia caer y un
fuerte olor a tierra mojada.
Le pareció extraño que no hubiera nadie en el aula.
Pero es
que tampoco había nadie en los pasillos.
En ningún pasillo.
En ningún
aula.
Nadie.
“¿Qué diablos…?”
Poco después, un ruido proveniente del salón de actos.
Abrió, lentamente, la puerta.
El pánico en su rostro era indescriptible.
Estaba repleto de personas que permanecían en absoluto
silencio.
Desconcertado, avanzó por el pasillo central.
Todos, con la cara desfigurada, le miraban fijamente.
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