miércoles, 16 de abril de 2014

Arquitectura de la Fe



El espacio es reducido. 


Oscuro. 


Negro. 


Las paredes apenas le permiten levantarse. 


“¿Dónde estoy?”


Se incorpora.  
Le duele la cabeza. Está completamente desorientado.


 “¿Qué hago aquí?”


Cada vez más nervioso, comienza a recorrer, con sus manos, los límites del frío cemento que lo envuelve


No sabe cuánto tiempo lleva ahí dentro.
No hay ninguna puerta. No hay salida.


Su respiración comienza a acelerarse.


Exhausto, se apoya en la pared, intentando encontrar respuestas.





Cierra los ojos.
















Una bombilla se enciende. Debajo, una pequeña mesa de madera, a unos pocos metros de él. Hay alguien ahí sentado.


-¡Oiga, ¿qué hago aquí?, ¿qué es todo esto?!
-Siéntese, no tenga miedo.


No logra ver su rostro, en sombra.
Intrigado y asustado, se acerca lentamente. 
La cabeza le da vueltas.


Se sienta.




-¡¿Qué hago aquí?!

-Silencio. Arrepiéntase.

-¿Arrepentirme? ¿De qué?

-De su pecado.

-¿Qué pecado? ¿Qué he hecho yo?

-Silencio. Arrepiéntase.

-Pero ¡¿de qué?!

-El hombre en sombra se levanta, furioso, tira la silla al suelo y da un fuerte golpe en la mesa. Un golpe que retumba por todo el espacio.















Abre los ojos.

Hace un poco de viento fresco. Huele a tierra mojada.

Aún tumbado sobre la hierba, se queda admirando la belleza del cielo bajo el que se encuentra. De fondo, el sencillo repicar de las campanas.


Está atardeciendo. 



El sol, en el horizonte, lo cubre todo de un color ocre intenso.



Se incorpora mientras observa la escena.
Con paso tranquilo, pero decidido, se dirige al interior junto a los demás jóvenes.



Al llegar, se sienta en el suelo, junto a una chica.

El espacio es de madera, amable, acogedor. Sencillo.

Huele a incienso. Miles de velas iluminan el lugar.




Ella le mira. Sonríe.




La música, de repente, lo inunda todo.
Un piano que suena, una guitarra que calma. Y miles de voces que cantan al unísono.




Ella le mira. Sonríe.









Sonríen.



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