lunes, 10 de mayo de 2010

Ser dibujo


Cuando llegamos al aula nos sentamos en el suelo haciendo un círculo. Era la primera vez que yo entraba ahí. La sala era muy grande, rectangular, y estaba llena de caballetes y lienzos. Había muchos dibujos cubriendo gran parte de las paredes. Entonces, mientras mi mirada curiosa reconocía el ambiente, él empezó a hablar.

Lo hacía de forma intensa. Con pasión. Ese hombre, aparentemente viejo y cansado, estaba mucho más vivo que todos nosotros, jóvenes recién llegados a la universidad. Andaba al compás de sus palabras, profundas, y gesticulaba sin parar. Bailaba. Proyectaba lo que llevaba dentro hasta cada rincón del aula. Yo casi podía ver cómo el aire de su alrededor también danzaba a su paso. 

Fue algo que me llamó mucho la atención, porque en realidad, como todos, no sabía muy bien en dónde me había metido. Cada metro que me acercaba a la ciudad y que me alejaba de mi casa, me hacía cuestionarme qué estaba haciendo y qué sería de mi futuro. Tenía miedo de dejarme cosas y personas importantes por el camino. Pero aquí descubrí muchas cosas más. Pensaba que yo, soñador, podía valerme por mi mismo para inspirarme. Pero ahí estaba él para recordarme dónde estaba. Y me hizo soñar como nunca.

Este era mi sitio. Me di cuenta el primer día de clase, después de la charla de bienvenida. Al principio nos reuníamos todos paraa escucharle, para iniciarnos poco a poco en esto del dibujo. Nos motivaba a que cada día, antes de comenzar a dibujar, alguien pudiese inspirar a los demás, con la lectura de algún poema, o con algo que quisiera contar o expresar. Éramos dueños de nuestras emociones. Teníamos un lugar para expresarnos. Y él nos provocaba constantemente para sacar todo lo que llevábamos dentro. La inspiración no se busca, aparece trabajando, dibujando. Primero se hace, y luego se piensa. Luego se reflexiona sobre lo que se ha hecho. Pero primero hay que dejar al cuerpo que te diga qué quiere dibujar. Qué huella quiere dejar en el papel.

Nos citaba libros sin parar, que él había leído. La emoción en sus ojos era contagiosa. Transmitía una energía interior que superaba todo lo que había visto antes. Me gusta la gente que comparte sus cosas. Yo leí un poema de Wislawa Szymborska, la cual descubrí años atrás gracias a Antonio Gómez. Era mi particular modo de ligar mi pasado y mi futuro. Mis dos mundos que ahora se fraguaban. Y yo sin saberlo.

Podíamos oír nuestra propia música. Yo llevaba la de mi grupo de teatro. Me traía buenos recuerdos. Y allí, casi en la oscuridad, pintaba sobre el lienzo. Observaba atentamente las cajas de cartón que, en el centro de la sala, servían de modelos. Luces y sombras. Música y pintura. Si. Este es mi sitio. 

Aún hoy, cuatro años después de mi primer día en la escuela, sigo bajando de vez en cuando a las aulas de dibujo, a saludarlo, para no perder nunca la capacidad de sentir, de emocionarme.

Y sigo, y seguiré soñando.

Gracias Javier, por todo lo que me has dado.




1 comentario:

  1. O_o Qué distintas pueden llegar a ser dos descripciones de Seguí.

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