domingo, 14 de marzo de 2010

La playa


Hace un poco de frío, me abrocho la camisa, y se me escapa una leve sonrisa. Con paso lento, relajado, recorro la orilla de la playa. Hace apenas unos minutos que ha salido del sol, y la gama de colores del horizonte es maravillosa. Todos ellos presentes y luchando por su propio espacio. Todos ellos colaborando en esta belleza natural. Siento la fría arena bajo mis pies descalzos. El agua me cubre los pies. Ahora no. Ahora sí, de nuevo. Una y otra vez. Es como si el mar intentase decirme algo. La tierra también me atrae, pero me encanta el mar. Camino por la frontera entre el hombre y la inmensidad. Entre lo etéreo y lo permanente.

Me detengo y miro hacia allá, al fondo. Un pequeño barco de vela. Siempre me han gustado los barcos. El mástil, las velas, la madera... El rumbo, el viento y el agua. La luz y la oscuridad de ahí abajo. El miedo a la deriva. El deseo de encontrar una isla desierta, inexplorada. Algo nuevo.

Me fascina el dominio abrumador del agua y su vida interior.

¿Hay más que esto? ¿Para qué? Si a mí con esto ya me vale, y con menos...



Me quito la camisa. Poco a poco voy adentrándome en el agua, que empieza a cubrirme hasta las rodillas. Avanzo más rápido y me lanzo de cabeza. El agua envuelve mi cuerpo, y me abraza. Me relaja. Buceo con los ojos abiertos, casi rozando la tierra del fondo. Subo a respirar. Miro hacia la playa, y la observo ahí, sentada en la arena, leyendo. El viento mueve su pelo. Levanta la cabeza, me mira, sonríe...


No hay comentarios:

Publicar un comentario