jueves, 25 de febrero de 2010

El mar


A través de una de las ventanas observo cómo el viento mueve violentamente los árboles. Las abro todas de par en par. Quiero que todo lo de dentro pueda disfrutar de lo de fuera. Me visto, bajo y salgo por la puerta de atrás.

Es un día de otoño, nublado, interesante. Algunas gotas de lluvia fresca caen sobre mi frente mientras subo colina arriba. El suelo, cubierto de césped y margaritas, emite un olor intenso a naturaleza.

Comienza a llover fuertemente. Me detengo, abro los brazos e inclino la cabeza hacia el cielo. El agua cae sobre mi boca, mis labios y mis ojos cerrados... Cuanto más me acerco a la cima, más siento esa brisa marina que tanto anhelaba. 


Las olas rompen violentamente contra las rocas. Lo oigo cada vez más cerca.


Asciendo, lentamente, y poco a poco empiezo a ver el horizonte. Esa línea levemente curva que dibuja el mar y el cielo vista desde aquí arriba.

Me siento sobre una piedra en el borde del acantilado. Y, simplemente, observo.

No quiero más. No necesito más. Venir aquí, tocar el césped húmedo con mis manos. Cerrar los ojos y sentir el aire y el agua. Respirar. Sentirme pequeño en esta inmensidad.

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